Las doncellas celestiales, de Akinari Ueda

Entre los soberanos del país, el emperador Saga sobresale por su sabiduría sin par. Gracias a su erudición, reinó en paz y ejerció su gobierno inspirado en las escrituras de la China. Tanta fue su admiración por aquel país, que la gente decía que el nuestro se había vuelto chino. Incluso su alteza imperial, la princesa Takatsu, inspirada por las obras clásicas chinas, compuso un artificioso poema que decía así:

No es un árbol,

mundo este de bambú;

tampoco es hierba.

Y también:

apartar la piel

y buscar faltas… ¡qué locura!

Pero aquellos que componían poemas al estilo tradicional japonés no podían hacer otra cosa que quedarse callados. No eran pocos los que se lamentaban de que el emperador retirado Heizei hubiera renunciado al trono tras solo cuatro años de reinado. Sus partidarios se reunían en secreto y murmuraban: «El emperador retirado debe de estar deseando subir de nuevo al trono». El emperador Saga, que intuía el deseo de su predecesor, nombró heredero a su hermano menor, el príncipe Otomo, complaciendo así al soberano retirado. Para el pueblo esta fue una sabia decisión.

Años después, Saga anunció su abdicación y, siguiendo el ejemplo de Yao, aquel sabio soberano de la antigua China, se retiró a una aldea situada al pie del monte Saga, donde habitó una humilde morada con techumbre de chamizo. Y hablando de moradas humildes… Tampoco a su padre, el difunto emperador Kanmu, le gustaba el boato de Nara, cuya ostentación no tenía precedentes en nuestra historia. Su majestad Kanmu tuvo el deseo de crear una capital modesta, conforme a las construcciones tradicionales de nuestro país. Primero trasladó la capital a Nagaoka, pero el lugar era inapropiado por sus reducidas dimensiones. Además, un gran número de cortesanos prefería ir y venir de Nagaoka a Nara, donde continuaban residiendo. Del mismo modo, el pueblo se mostró reacio a trasladarse a la nueva capital. Al percatarse del fracaso de aquel intento, el emperador decidió el traslado a Kioto, la actual capital. Se niveló el terreno y a continuación se construyeron unos sólidos cimientos para el Palacio Imperial. Su Majestad elevó plegarias a Toyoiwamado y Kushiiwamado, divinidades tutelares de puertas y entradas, y se trasladó a la nueva sede. Sin embargo, pese a la intención inicial del emperador Kanmu, y como la gente siempre acaba sucumbiendo al esplendor, con el paso del tiempo, tanto las mansiones de los nobles como el Palacio Imperial acabaron igualando en magnificencia a los de la vieja Nara. Un anciano sabio, tras haber consultado el volumen de la Historia de la dinastía Han correspondiente al episodio de ChiaI, señaló: «Chia I, admirador de las tres primeras dinastías de China, Xia, Yin, y Zhou, propuso en una ocasión seguir los precedentes de la Antigüedad, pero fue amonestado por otros más sabios, lo cual fue justo y debido». Y luego procedió a elogiar el emplazamiento actual.

El emperador retirado Saga vivía plácidamente en su retiro. Aconsejaba a sus dignatarios la lectura de los clásicos chinos, se ejercitaba en la caligrafía tanto en el estilo cursivo como en el estilo formal y se afanaba en buscar los trazos más sobresalientes entre las misivas llegadas por barco desde China.

Un día convocó al monje de alto rango, Kukai.

—Mira —dijo Su Majestad mostrándole un escrito—, esta es una auténtica escritura de Wang Xizhi.

Kukai, tras examinar el manuscrito, respondió:

—Majestad, esta caligrafía la escribí yo según el modelo del gran maestro durante mi estancia en China. Observad el reverso del papel.

Kukai rascó con cuidado el reverso del papel. Ahí estaba su firma. Dicen que al verla, el emperador Saga, preso de la envidia, se quedó sin palabras. Kukai era, en efecto, un gran maestro calígrafo; no en vano lo llamaban «el venerable de los cinco pinceles», pues dominaba a la perfección los cinco estilos caligráficos.

Tras la abdicación del emperador Saga, su hermano menor, el príncipe Otomo, subió al trono, convirtiéndose en el emperador Junna; su reinado recibió el nombre de Tencho. El primer emperador retirado falleció en Nara, en el otoño de aquel mismo año, recibiendo el nombre póstumo de Heizei.

Bajo la influencia del emperador retirado Saga, quien adoptó las instrucciones confucianas, las leyes y ordenanzas se sucedieron. Pese a ello, el budismo no perdió fuerza. «El Buda está por encima del emperador», decían muchos. Cada año se erigían nuevos templos y pagodas. Algunos monjes de vasta cultura y con experiencia en prácticas místicas llegaron incluso a intervenir en la política nacional prestando consejo a Su Majestad, aunque no llegaran a participar en las reuniones de la corte al mismo nivel que los oficiales. Tanta fue su presencia, que no fueron pocas las ocasiones en las que su influencia se dejó sentir en asuntos políticos. Muchos se lamentaban de esta situación: «¿Por qué Su Majestad, habiendo recibido todos los posibles beneficios de la Ley de Buda, se ha quedado atrapado en la red de la sabia doctrina?».

En el templo Shinganji, en el monte Takao, construido por el consejero del Medio Wake no Kiyomaro, ejercía su poder el malvado bonzo Yuge no Dokyo, quien había intentando falsear para su propio beneficio el oráculo del gran santuario de Usa Hachiman. Cuando Kiyomaro informó a la emperatriz Shotoku del oráculo verdadero, Dokyo se vengó relegando a Kiyomaro al rango de funcionario provincial en Inaba, lejos del centro de poder. Después, no contento con esto, lo privó de su condición de oficial cortesano convirtiéndolo en plebeyo. Finalmente, lo desterró a una isla en la lejana provincia de Osumi. Tras la muerte de la emperatriz Shotoku, Kiyomaro fue reclamado en Kioto, pues siempre había sido leal al trono. Ya anciano, obtuvo el cargo de consejero del Medio, pero su carrera terminó ahí. «¡Qué lástima que no pudiera llegar más alto! ¡Grandes fueron sus méritos!», se lamentaba la gente. Años atrás había regresado a Bizen, su provincia natal, para prestar su ayuda tras una terrible inundación, devolviendo así la tranquilidad a su pueblo.

El templo Shinganji había sido erigido en memoria de las virtudes divinas del santuario de Usa Hachiman. Posteriormente fue rebautizado con el nombre de Jingoji, el templo de la Divina Protección; sin embargo, escasa fue la protección divina que acompañó a Kiyomaro durante toda su vida.

Tras la abdicación del emperador Junna, su sobrino el príncipe Masara subió al trono, y entonces se produjo una situación sin precedentes, puesto que hubo dos emperadores retirados al mismo tiempo. «¡Ni en China se ha dado jamás tal situación!», decía la gente.

El nuevo soberano gobernó con el nombre de Nimmyo y su reinado recibió el nombre de Jowa. El budismo gozó de una difusión aún más extraordinaria. Aunque el confucianismo mantenía su fuerza, carecía de la gran vitalidad que poseía el budismo. Cuando una de las dos ruedas está dañada, inevitablemente, la velocidad del carro se verá afectada. En definitiva, la corte envidiaba la prosperidad de la China de los Tang, y el emperador era propenso al lujo y la extravagancia.

Yoshimine no Munesada era un simple chambelán de sexto rango, pero su erudición y talento eran tales que se ganó el favor imperial. Su Majestad quiso tenerlo a su lado para que le compusiera poemas en el estilo chino y en el japonés. Tanta era la estima que el emperador le profesaba, que Su Majestad llegaba incluso a consultarle en secreto sobre asuntos políticos. Sabiamente, Munesada evitaba intervenir en cuestiones gubernamentales y se limitaba a hablar de los pasatiempos favoritos del emperador o relatarle anécdotas del pasado para complacerlo.

Munesada era un hombre enamoradizo propenso a la pompa y al lujo. Y así, recomendó al soberano que aumentara el número de las doncellas bailarinas para el banquete ceremonial que se celebraba anualmente en agradecimiento por las buenas cosechas. Lo hizo con las siguientes palabras:

—Una vez el emperador Tenmu, antes de ascender al trono, se retiró del mundo en Yoshino. Un día, descendieron del cielo cinco doncellas que danzaron para él. Este fue el presagio de que estaba destinado a regir los designios del imperio. Por lo tanto, Majestad, si os sirvierais de cinco bailarinas, estaríais siguiendo una vieja tradición.

Como el emperador también tenía querencia por las mujeres, aquel invierno emitió un decreto para que el banquete fuera fastuoso. Tanto los ministros como los consejeros ataviaron a sus hijas en edad casadera con sus mejores galas, con la esperanza de atraer la mirada de Su Majestad. Mas el emperador se limitó a asistir a los bailes sin escoger a ninguna. Y así, como las vírgenes que sirven en los santuarios de Ise y de Kamo, las doncellas se recluyeron en palacio donde languidecieron hasta la vejez.

Durante el reinado del emperador Nimmyo, la poesía de estilo japonés volvió a florecer. Junto a Munesada, aparecieron sucesivamente grandes maestros, como Funya no Yasuhide, Otomo no Kuronushi o el bonzo Kisen. Las poetisas como Ise y Ono no Komachi crearon un nuevo estilo poético jamás visto antes, quedando sus nombres para la posteridad.

En el curso de las conmemoraciones del cuadragésimo aniversario del natalicio de Su Majestad, los monjes del templo de Kofukuji acudieron al Palacio Imperial para recitar un poema de felicitación compuesto en el estilo chōka. Al escucharlo, el emperador exclamó sorprendido: «¡Entonces, este género aún pervive entre los monjes!». Aunque, en mi humilde opinión, hoy ya no se escriben buenos poemas chōka, imagino que en aquellos tiempos debió de resultar novedoso. Parece ser que este género, tal y como lo habían cultivado los grandes poetas de la época, como Hitomaro, Akahito, Okura, Kasa no Kanemura y su señoría Yakamochi, había sido olvidado por todos.

En cierta ocasión, el emperador le preguntó al monje Kukai:

—Como bien sabes, desde la época del emperador Kinmei y de la emperatriz Suiko, se han introducido continuamente un gran número de sutras budistas en nuestro país. Tengo entendido que, pese a ello, aún estamos muy lejos de poseer la totalidad de los textos sagrados. ¿Sucede lo mismo con el arte secreto de las fórmulas mágicas que practicas en la escuela Shingon?

—Respecto a los sutras budistas —respondió Kukai—, os pondré un ejemplo: Igual que el médico aprende los principios de la medicina con el Suwen y el NanChing y comprende a la perfección la interacción entre los Cinco Movimientos y los Seis Humores, nuestro arte de curación también consiste, por así decirlo, en descubrir el mal que aqueja al paciente según sus síntomas y hallar el modo de curarlo con las medicinas apropiadas. Los sutras y las fórmulas mágicas son comparables a las dos ruedas del carro. De faltar una de las dos, el vehículo no avanza.

El emperador, asintiendo satisfecho, le otorgó regalos.

En otra ocasión, se le ocurrió a Su Majestad la idea de sorprender a Munesada galanteando con las mujeres. Ataviado con un vestido de mujer, el emperador se ocultó tras un sudare, una persiana de bambú, en el corredor del Seiryoden del Palacio Imperial, la residencia de las damas de la corte. Munesada, ignorando el engaño, tomó la mano de la «dama», que permanecía en silencio. Y acercándose aún más a la desconocida, le susurró este poema:

Este vestido

de color yamabuki

¿de quién será?

Como nadie responde,

será de kuchinashi.

De repente, Su Majestad se quitó el vestido y miró fijamente a Munesada, que, sorprendido y avergonzado, intentaba huir a toda prisa. Pero el emperador, que se había divertido con el engaño, lo llamó diciéndole: «Ven acá».

Esta anécdota recuerda un suceso acontecido en la antigua China, cuando un cortesano le ofreció al emperador un melocotón al que previamente había dado un mordisco diciendo: «Probadlo, es exquisito». Pese a que sus modales no fueron precisamente corteses, el emperador apreció el gesto y lo hizo servir a su lado, considerándolo hombre de gran lealtad. Por cierto, se dice que gracias a este poema, Munesada fue el primero en atribuir a la rosa amarilla (yamahuki) el color de la gardenia (kuchinashi).

La emperatriz viuda del difunto emperador Junna era Kachiko, hija de Tachibana no Kiyotomo. Cierto día, un monje del templo Endaiji le dijo al emperador Nimmyo:

—He tenido un sueño en el que el emperador Junna apareció ante mí y me dijo: «Debes venerar en mi templo a las deidades del clan Tachibana».

Su Majestad se mostró dispuesto a acceder a la petición, pero cuando la noticia llegó a oídos de la emperatriz Kachiko, esta se opuso:

—La familia Tachibana solo está ligada a la familia imperial por matrimonio. Cometeríamos una descortesía si celebráramos, bajo auspicio del país, un festival dedicado al clan Tachibana.

Finalmente, el permiso fue denegado. El festival de Ume no Miya, que se celebra hoy en día a la vera del río Kadono, conmemora a las deidades del clan Tachibana. La emperatriz Kachiko era de carácter resuelto y varonil.

Se dice que detestaba profundamente a Munesada, pues lo consideraba un hombre de mal carácter.

Durante el periodo de luto que siguió a la muerte del emperador retirado Saga, Tomo no Kowamine, Tachibana no Hayanari y algunos más aprovecharon la ocasión para conspirar. Al percatarse de la conjura, el príncipe Abo informó del plan a la corte. Sin tiempo que perder, las tropas imperiales recibieron la orden de detener a los conspiradores. Se cuenta que la emperatriz viuda Kachiko, ofendida porque Tachibana no Hayanari había mancillado el nombre de todo el clan, solamente pronunció estas palabras: «¡Castigadlo con la mayor severidad!».

El príncipe heredero Tsunesada, hijo del emperador Junna, fue acusado injustamente de haber instigado la conjura y se hizo bonzo, tomando el nombre de Kojaku. Fueron muchos los que se lamentaron: «¡Ay! Ciertamente hay precedentes en la historia de China en los que el príncipe heredero se ve privado del trono imperial por malvados cortesanos. ¡Es lamentable que tal cosa haya ocurrido en Japón!».

Su Majestad el emperador Nimmyo falleció el tercer año de la Era Kajo. La augusta tumba fue erigida en el monte Fukasawa, en el distrito de Kii de la provincia de Yamashiro, donde fue enterrado. Por eso también se lo conoce como emperador Fukakusa. La misma noche de las exequias, Munesada se escondió sin que nadie supiera dónde. Aparentemente, temía haberse ganado la enemistad de la emperatriz viuda Kachiko y de los nobles. Aunque por aquel entonces estaba prohibido suicidarse para acompañar en la muerte al señor, la gente creía que Munesada había acabado con su vida. Lo cierto es que Munesada, despojado ya del atuendo cortesano, vagaba de un lado a otro vistiendo capa y sombrero de paja, y llevando una vida ascética. Una noche, se detuvo en el templo de Kiyomizu en Kioto para rezar. Coincidió allí por casualidad con una célebre poetisa, Ono no Komachi, que se había recluido en una celda para pasar toda la noche en meditación. Desde la celda contigua la dama oía a alguien recitando sutras con una voz admirable. Preguntándose si se trataría de Munesada, compuso un poema y se lo hizo llegar. Era este:

¡Qué frío siento

al dormir en el viaje

sobre esta piedra!

¿No quisieras prestarme

tu vestido de musgo?

El monje Munesada, que había reconocido la letra de Ono no Komachi, sacó su pincel, hizo tinta en la moleta de escribir y en el reverso de esta nota compuso estos versos:

Ajeno al mundo,

mi vestido de musgo

es muy sencillo

y no te abrigará.

Mejor, durmamos juntos.

Munesada abandonó el templo nada más enviar el poema a la dama. Ono no Komachi reconoció al autor de los versos y, como le pareció que se trataba de una composición de buen gusto, se la mostró a la consorte del difunto emperador Nimmyo, la emperatriz Gojo. Sabiendo que Munesada era el favorito del soberano, la emperatriz lo había mandado buscar, pero fue en vano. Por eso, al leer el poema, se lamentó suspirando: «¡Ojalá te hubieras atrevido a detenerlo!».

Finalmente, encontraron a Munesada mientras vagaba en peregrinaje ascético por las provincias en torno a la capital. Desde entonces no dejó de frecuentar el Palacio Imperial. Los soberanos en el trono valoraron su talento y favorecieron su ascenso hasta las más altas cotas de la jerarquía monástica. Así, Munesada alcanzó la dignidad de sojo, tomando el nombre de Henjo. Más que a sus méritos religiosos, su ascenso se debió a la buena suerte brindada por el Cielo.

De los dos hijos de Munesada, el primogénito, Hironobu, sirvió en la corte con gran inteligencia. El menor, en cambio, siguiendo la costumbre que dice: «El hijo de un bonzo, bonzo ha de ser», se afeitó la cabeza y cambió su nombre por el de Sosei. Ganó reputación como excelente poeta, solo superado en talento por su padre. Si en alguna ocasión sucumbió a los placeres mundanos, sin duda se debió a que su fe no nacía desde lo más profundo del corazón.

El sojo Henjo fundó en Hanayama, Kioto, un templo, donde pasó el resto de su vida y halló la muerte en beatitud.

Misteriosa es la senda de Buda. Olvidándose de su determinación original de renuncia al mundo, acudía al Palacio Imperial vestido con hábitos elegantes y coloridos, y una estola de seda china, anunciando su llegada el estrépito de las ruedas de su carro. «A la postre, la vida de una persona depende de la buena estrella brindada por el Cielo al nacer», decía la gente. Quizás el propio sojo fuera de la misma opinión.