La flor del infierno, De Seishi Yokomizo
Aquí terminan las notas del doctor F. y comienza el testimonio de Saburo. Esto es lo que me contaron.
Cuando se recuperó, Isokawa interrogó exhaustivamente a Saburo y este lo confesó todo. Como había anticipado Kosuke Kindaichi, su participación en el plan de su hermano mayor comenzó cuando lo descubrió a mitad del ensayo. Saburo contó la historia de la siguiente manera:
«Jamás olvidaré la expresión de Kenzo en aquel momento. Aquella noche, vi luz en la casa de invitados y me acerqué sigilosamente. Mi hermano llevaba un par de días muy inquieto, divagando constantemente y asustándose de cualquier cosa… Aquella tarde, cuando conté lo que me habían dicho en la peluquería sobre el hombre de los tres dedos, Kenzo palideció. Al recordarlo y ver luz en la casa, sentí curiosidad y fui a ver. La puertecilla de bambú entre la mansión y la casa tenía el cerrojo puesto, pero la salté. La puerta del porche estaba entreabierta y me asomé por la pequeña rendija. De repente, una katana apareció en la rejilla superior. ¡Qué susto me llevé! Estuve a punto de gritar; si no lo hice no fue porque me controlara, sino porque la sorpresa me había dejado sin voz. Me quedé mirando la katana colgada en el aire con la boca abierta. Poco después se oyó un ruido extraño y en ese momento cayó junto a la farola de piedra. Entonces se abrió la puerta y mi hermano se asomó. Como estaba tan asustado ni siquiera se me ocurrió esconderme y me encontró allí, aterrorizado. Pero la cara de mi hermano en ese momento… ¡Qué horror! No se me olvidará jamás. Me agarró de la nuca y me arrastró hasta el dormitorio. Había allí un cadáver, un hombre con solo tres dedos que tenía una profunda herida en el pecho».
Saburo no pudo evitar estremecerse al recordar la escena, aunque luego participó voluntariamente en la preparación del crimen.
«En ese momento pensé que mi hermano había enloquecido y que iba a matarme como había hecho con el hombre del dormitorio. Kenzo estaba tan emocionado por el éxito de su experimento que no podía hablar. Cuando se tranquilizó, se desinfló como un globo. Nunca lo había visto tan desanimado. Mi hermano era una persona sensible que se preocupaba por todo, y para ocultar esa naturaleza solía mostrarse arrogante. Pero en ese momento parecía desilusionado y derrotado. Me dio pena, pero me alegré al verlo tan vulnerable. Un momento después, cuando se recuperó, me confesó una parte de su plan y me suplicó casi llorando que no se lo contara a nadie. Esa “parte” no incluía a Katsuko; solo me dijo que iba a suicidarse pero que no quería que lo pareciera. Por supuesto, me negué a guardar el secreto y me preguntó el motivo».
¡Qué excéntrica fue la respuesta de Saburo a esa pregunta! Dejaba muy clara su afición a las novelas policiacas.
«Yo le contesté: “Cuando se produce un asesinato, el primer sospechoso es la persona que más beneficiada resulta de la muerte de la víctima. En este caso sería Ryuji, pero la policía lo descartaría porque no vive aquí. Por tanto, el sospechoso seré yo”. Entonces, Kenzo me preguntó: “¿Y por qué habrían de sospechar de ti? Tú no ganarías nada con mi muerte, puesto que el heredero sería Ryuji”. Y yo le contesté: “No, hermano. Si tú murieras yo cobraría los cincuenta mil yenes de tu seguro de vida”».
Valdría la pena haber visto la cara de Kenzo. Al parecer, se quedó mirando a su hermano como si fuera un animal extraño. A continuación, se rio a carcajadas y dijo: «Saburo, ¡qué inteligente! ¡Qué mente tan brillante! Está bien, entonces haz lo que quieras. Dile a todo el mundo que tu hermano se ha suicidado, pero entonces no cobrarás el seguro, porque el contrato estipula que este será inválido en caso de suicidio. ¿Te parece bien, Saburo? ¿No te duele perder cincuenta mil yenes?».
Saburo debía estar tan loco como Kenzo. Dicen que todos los miembros del clan Ichiyanagi eran algo excéntricos, pero Saburo siempre había parecido el más discreto. Las palabras de su hermano pusieron a Saburo en un gran dilema y al final decidió ayudarlo a planear su suicidio usando los conocimientos que había obtenido de las novelas policiacas, para así incluir su coartada y evitar que lo consideraran sospechoso.
Saburo estaba interesado en los cincuenta mil yenes, pero creo que la razón principal por la que apoyó a su hermano fue porque estaba disfrutando de aquella superioridad sobre Kenzo. Como señaló Kosuke Kindaichi, durante la preparación del suicidio el papel de los hermanos dio un giro de ciento ochenta grados debido a los amplios conocimientos de Saburo sobre novela negra. Kenzo obedecía sus órdenes ciegamente y aceptaba con una sonrisa amarga todos los trucos que inventaba. Sin duda, Saburo se divirtió con la situación.
Fue a él a quien se le ocurrió agregar al álbum la fotografía del viajero e inventar una historia con los fragmentos del diario, así como cortar la mano del muerto y utilizar sus huellas. Al parecer, Kenzo también planeaba culpar al hombre de los tres dedos, aunque no sabía cómo. Intuía que, si escondía bien el cadáver, la gente sospecharía de él. Saburo escuchó su idea, la maquilló y la convirtió en una gran obra de teatro.
En el mundo hay multitud de genios como Saburo: no sirven para escribir su propia historia, pero si les das el argumento de otro, lo modifican hasta convertirlo en una obra de arte.
Saburo no se conformó con su papel de decorador. Puede que se entusiasmara tanto con el plan que decidió formar parte de la obra. Así lo demuestra su siguiente declaración:
«Decidí enterrar la mano cortada con el gato muerto para utilizarla en caso de que alguien pensara que mi hermano mayor se había suicidado. Iba a desenterrarla la noche después, pero apareció Suzuko, sonámbula, y tuve que asustarla. En ese momento todavía no tenía ningún plan. Quien me obligó a utilizarla fue el presumido de Kosuke Kindaichi; era un joven de mi edad, enclenque y con pinta de pobretón, pero se comportaba como si fuera un gran detective privado. Eso me irritaba. Además, me provocó diciendo que utilizar trucos mecánicos era un recurso tramposo. Ahora me doy cuenta de que caí en su trampa. Me preguntaba si ese tipo sería capaz de descubrir el truco, así que volví a prepararlo. Dejé huellas ensangrentadas en el biombo con la mano que había desenterrado la noche anterior y volví a enterrarla. A continuación llevé a cabo mi actuación. No pensaba herirme de gravedad, solo un poco. Como mi hermano, dejé la katana colgada del biombo y me acerqué, pero calculé mal y me lastimé demasiado. Si revisan el árbol que hay delante del baño, encontrarán la navaja de afeitar que utilicé en lugar de la hoz».
Podemos concluir que Saburo era un inadaptado social, porque hasta un hecho tan solemne como la muerte era una especie de juego para él. Dicen que insistió en que no sabía que Kenzo iba a matar a Katsuko. Tal vez fuera cierto, pero ¿quién nos asegura que, de haberlo sabido, no habría participado?
Inevitablemente, las autoridades acusaron a Saburo de cómplice de asesinato. Sin embargo, antes de que se determinara la sentencia lo llamaron a filas y cayó en Hankou, China. La pobre Suzuko también murió al año siguiente. Puede que para ella fuera lo mejor. A Ryosuke lo mató la bomba atómica durante un viaje a Hiroshima. El viejo del pueblo me habló de la muerte de Ryosuke, ya que creía cosa del destino que muriera en la misma ciudad que su padre y por la misma causa: la guerra.
En cuanto a Ryuji, se quedó en Osaka con su familia y ni siquiera regresó al pueblo para refugiarse de la guerra. Nunca le gustó la vida rural, pero a partir de aquel incidente abandonó por completo la vida conservadora del linaje del honjin. En la mansión Ichiyanagi solo vive ahora doña Itoko con la familia de su hija mayor, que ha regresado de Shanghái, y Akiko y sus hijos. Según dicen en el pueblo, es una familia mal avenida en la que siempre hay conflictos.
*
Creo que esto es todo lo que ocurrió durante la resolución del caso de asesinato de la mansión Ichiyanagi. Considero que no he intentado engañar ni ocultar nada a mis lectores. Describí dónde estaba el molino de agua desde el principio. También escribí al inicio de este relato lo siguiente: «es posible que tenga que dar las gracias al criminal peligroso y cruel que descuartizó de un modo tan horrible a un hombre y a una mujer». Con eso me refería a Kyokichi, el hombre de los tres dedos, y a Katsuko. Ella fue asesinada y él no, y por eso no escribí «que asesinó a un hombre y a una mujer». Si interpretasteis que me refería a Kenzo y a Katsuko, os apresurasteis. Además, en el mismo capítulo describí la escena del crimen de este modo: «allí encontraron muerta a la pareja», en lugar de «allí encontraron asesinada a la pareja». Porque Kenzo no fue asesinado. Esta técnica la aprendí de El asesinato de Roger Ackroyd, de Agatha Christie, un ejemplo perfecto de cómo debe escribirse una novela negra.
Para concluir este relato volví a la mansión Ichiyanagi.
La última vez que estuve allí, a principios de primavera, todavía corría una brisa fría y ni siquiera había cola de caballo en el campo. Pero regresé en otoño y, hasta donde alcanzaba la vista, se veía un paisaje compuesto de olas del color dorado del arrozal. Como la vez anterior, subí el terraplén que delimitaba la propiedad de los Ichiyanagi en el norte y, dejando atrás el molino de agua abandonado, me adentré en el bosque. Desde allí miré hacia el sur, hacia la mansión Ichiyanagi. Según dicen, debido a los impuestos y a la reforma agraria, el clan Ichiyanagi también está en horas bajas. Puede que por eso, aunque la mansión conservaba su esplendor, me pareciera tan oscura como el futuro que les espera.
Miré el recodo del jardín donde Suzuko había enterrado su gato. Estaba cubierto de flores rojas, esas a las que llaman flores del infierno, como si se hubieran nutrido de la sangre de la muchacha.